Los trabajos soñados se crean, no se encuentran.

Leí esta frase en un libro que se llama “Tu modelo de negocio” en el que habla de cómo cambiar tu vida profesional si no estás a gusto con ella.

El libro cuenta algunos relatos de personas que, después de vivir una experiencia traumática como quedarse en paro, rehacen su vida analizando su propio modelo de negocio personal y reinventándose profesionalmente. De esta manera consiguen hacer de sus hobbies un trabajo, siendo esta la mejor forma de ganarse la vida siendo independiente y sin complicaciones.

Pero más allá de narrar lo que dice el libro o de dar lecciones de auto-ayuda (que no es lo mío), he pensado que sería más ilustrativo contaros una historia personal que viví hace unos años. Esta historia tiene 3 partes:

La primera parte se llama: “Cuando todo va bien”.

Corría el año 1.996, hace ahora la friolera de 16 años y yo tenía por tanto 22. Trabajaba en Telefónica, más concretamente en el departamento comercial de Hilo Musical. Si, ese aparatito que estaba en los comercios y salas de espera de los dentistas, que se conectaba al hilo telefónico y que te permitía escuchar hasta 6 canales de música temática sin interrupciones publicitarias y con la cuota de la SGAE incluida en el precio del servicio (toma cuña publicitaria).

Si nos ponemos en contexto histórico cabe destacar que todavía no se había popularizado el MP3, internet acababa de llegar a España, y hacía unos meses yo me había comprado mi primer ordenador, un 386 clónico con Windows 3.11 conectado a un rudimentario modem de 33.600 bps con aquel robótico ruido al conectarse a internet por el cable telefónico.

En el trabajo todo iba bien, ganaba un buen dinero con mi sueldo fijo y unas buenas comisiones por ventas. Me sentía afortunado porque, con 22 años y en aquella época, tenía independencia económica suficiente como para hacer lo que me diera la gana. Recordemos que en aquel año, terminando el mandato de Felipe González, España estaba en una tasa de paro superior a un 20%, la más grande en la historia de la democracia, salvo la que vivimos en estos momentos.

La mayoría de mis amigos estaba en paro y era francamente difícil encontrar un trabajo digno¿Os suena la película? Pero yo vivía muy bien, me acababa de comprar una moto Custom muy chula y estaba a punto de irme a vivir solo independizándome de mis padres.

Dedicaba mi vida a trabajar muchas horas. Además estaba entrenando Boxeo (aquel año había conseguido la medalla de plata en los Campeonatos de la Comunidad Valenciana y había quedado en cuartos de final en el Campeonato de España en Santander). Y por si tenía algo de tiempo libre, por las noches, trasteaba con mi nuevo ordenador con el que pasaba un montón de horas.

Combinaba la navegación por aquél primitivo internet con la restauración de fotografías antiguas de mi familia, de manera autodidacta por pura diversión. Disponía de escasos medios técnicos, escaneaba las fotos con una videocámara Handycam Sony de mi padre, con la que hacía una captura de pantalla de muy mala calidad, que luego pasaba al pc por un cable que ni recuerdo como era. La impresora con la que imprimía era una vieja Epson de inyección de tinta y sacaba las fotos “restauradas” en un papel satinado bastante normalito. Daba igual, era uno de mis hobbies y era algo para mi.

Así que, vender, hacer deporte, descubrir internet y jugar con fotos viejas, era con lo que pasaba la mayor parte del tiempo. Bueno, eso y estar con amigos y con mi novia de aquella época. Una vida perfecta y muy plena en la que no cabía el aburrimiento.

La segunda parte se llama: “Y todo cambió repentinamente”.

No os he contado que en aquellos tiempos había que hacer el servicio militar obligatorio, pero yo me había declarado objetor de conciencia y tenía ese derecho concedido, situación de la que di parte a Telefónica cuando me contrataron. En aquél momento informé que no tenía que hacer la mili pero que tenía pendiente realizar los servicios sociales como objetor. No me pusieron ninguna pega y firmé mi contrato indefinido desde el primer día.

Pues bien, un buen día, al año de haber sido contratado, se me acabaron las prorrogas y me llegó la carta que me comunicaba que debía perder el tiempo haciendo mi obligada objeción de conciencia. Además, injustamente a los que solicitábamos ese derecho nos “caían” 13 meses en lugar de 9 que era el servicio militar como tal.

Con las mismas fui a informar a mis jefes de Telefónica, los cuales parece que no habían entendido muy bien mi mensaje en la contratación, porque al enterarse de la noticia pillaron un mosqueo de campeonato y me reprocharon que ellos pensaban que estaba libre del servicio militar y de la objeción. Yo les argumenté que no se preocupasen ya que tenía negociada la objeción con un colegio de monjas en Alicante y que haría mis servicios sociales allí sin que me afectase al trabajo, únicamente a mis horas personales.

Pero hicieron oidos sordos a todas mis argumentaciones y al día siguiente, a primera hora de la mañana, al entrar a la oficina mi jefe directo me llamó a su despacho. – Hola Javier – me dijo – lee esta carta, me la firmas, dejas tus cosas en tu mesa y puedes marcharte a casa, te llamará el abogado de la empresa para negociar contigo -.

Si, me habían despedido, fulminantemente y sin más explicaciones. De la noche a la mañana se me había complicado la vida de una manera impresionante y pasé a engordar las cifras del paro de aquella época en la que empezaría a gobernar Jose María Aznar, hecho que a mi me importaba un pimiento porque nunca me ha gustado la política.

Pensé que encontraría trabajo pronto, la verdad es que nunca he tenido problemas en ganarme la vida (en otro post contaré mis comienzos vendiendo bolsas de plástico mientras terminaba mis estudios). Pero sumado a la gran tasa de paro del momento había un factor que nunca pensé que me iba a afectar tanto. “Nadie quería contratar a una persona que estaba haciendo la objeción de conciencia y todos alegaban que cuando la terminase les podía llamar y me contratarían, pero debía estar libre de esa carga”. ¿Tenía que estar 13 meses sin trabajo remunerado por la “Madre Patria“? ¿De qué iba a vivir? Además, no recuerdo muy bien el motivo, pero no tenía derecho a cobrar paro ya que no llegaba a las imposibles condiciones que en aquel momento se marcaban para poder cobrarlo.

Lo tenía chungo de verdad y encima durante 13 meses tenía que ponerme a pintar las rejas, sillas y muebles de un colegio, además de dar clases y cuidar a los peques, sin cobrar un duro por ello (algo que los jóvenes de hoy, por suerte, no tienen que vivir).

Me esperaban 13 meses sin trabajo remunerado y sin ingresos, sin dinero ahorrado (ya que me había fundido todo lo que ganaba), casi a punto de irme de casa de mis padres y con una moto recién comprada a plazos que tenía que pagar. De momento vendí la moto para liquidar el préstamo y me resigné a vivir bajo mínimos hasta que encontrase ingresos de la manera que fuera. Eso si, nuestro querido Estado me hizo trabajar gratis durante ese tiempo sin tener ningún escrúpulo por joder la carrera profesional a alguien que disfrutaba de su trabajo. Benditas monjas a las que pinté el colegio :p

La tercera parte de esta historia se llama: “Reinventándose a si mismo”.

Un día que salí temprano del colegio de las monjas fui a ver a mi amigo Jose, el padre de Mónica, mi novia de aquél entonces. El hombre es fotógrafo y tenía un estudio de fotografía en Alicante. Yo me llevaba muy bien con él. Al llegar me dijo que le hiciera un favor, tenía que llevar un encargo de un cliente a un laboratorio fotográfico. Ahh, en aquella época apenas había cámaras digitales, eran casi todas de carrete y los laboratorios eran los que cortaban el bacalao.

Cuál fue mi sorpresa cuando me enseñó el encargo que tenía que llevar al laboratorio y descubrí que se trataba de una fotografía antigua que estaba algo deteriorada y que iban a restaurar. Asombrado al ver que era justo uno de mis pasatiempos le pregunté -¿La gente paga por esto? ¿Esto da dinero? – a lo que me respondió entre risas y sin entender mi pregunta – Por supuesto, además me lo piden mucho, por lo menos 3 o 4 encargos de estos a la semana -.

Entonces le pedí un favor, le dije si podía llevarme aquella foto a mi casa para hacerle yo una prueba de restauración. El hombre no entendía nada ya que él no era conocedor de mi afición, pero aún así, entre risas e incredulidad, me dijo que si, que se la cuidase bien pero que me la dejaba un día para hacer esa prueba.

Salí corriendo a mi casa e hice la prueba con mis medios caseros y el poco conocimiento técnico que tenía en aquel momento. Ciertamente era un trabajo fácil, a penas unos rasguños que estaba acostumbrado a arreglar, así que no me costó más de media hora entre escanearla, repararla e imprimirla. Una vez terminado corrí al estudio de Jose para enseñárselo.

La verdad es que le gustó bastante ya que no se esperaba que pudiera ser capaz de hacerlo. Él pensaba que solo podían hacer cosas así los laboratorios con sus equipos profesionales. Lo que si que me dijo, y con razón, era que la calidad final era bastante mala y que hasta que no la mejorase no podría vender los trabajos y seguiría llevándolos al laboratorio.

Recuerdo que pagaban entre 8.000 y 12.000 pesetas de entonces por trabajo (entre 48€ y 72€ actuales, teniendo en cuenta que en aquella época la vida era más barata con la peseta que ahora con el euro) y la mitad de ese dinero podría ser para mi. Así que a una media de 5.000 pesetas de beneficio por foto y tardando media hora en hacerla, los números eran fáciles. Con 20 trabajos al mes (menos de 1 diario) me podría sacar unos ingresos de 100.000 pesetas (unos 600€ actuales) que para aquella época estaban muy bien.

Solo había dos problemas que resolver, no tenía equipos profesionales con los que hacer trabajos de calidad y mi conocimiento técnico era muy amateur como para que alguien pagase por ello. Además no tenía dinero ni para cursos ni para equipos. Así que, mientras conseguía el dinero para comprar los equipos y encontraba dónde estudiar restauración fotográfica, le pedí a Jose que todos los trabajos que hubiera que llevar me los diera a mi antes. De esta manera yo practicaría y compararía el resultado final con el del laboratorio.

Toda esta aventura se la conté a mi primo Juan Carlos que, cuando se dio cuenta que mi idea podría funcionar, no dudó en prestarme 175.000 pesetas para que me comprase un buen escáner y una buena impresora de calidad fotográfica en formato A3 (los trabajos grandes los podía cobrar más caros jejeje) y convencí a mi abuela para que me financiase un curso avanzado de restauración fotográfica.

Así que con el primer objetivo cumplido (encontrar inversores jejeje),en menos de un mes y mientras pintaba rejas y sillas en el colegio de mis amigas las monjas, me había independizado de casa de mis padres, había comprado y montado mis equipos nuevos y había terminado el curso que tanta falta me hacía.

Cuando Jose, el fotógrafo, vio la calidad de los nuevos trabajos que le había hecho y los comparó con los del laboratorio, no podía dar crédito. Le demostré que había conseguido el segundo objetivo, mejorar la calidad del producto, y así me gané la confianza de mi primer cliente.

A partir de aquí fue mucho más fácil. Únicamente tuve que visitar más fotógrafos para enseñarles mis trabajos y hacerles unos cartelitos para que pudieran ofrecer los servicios de restauración de fotos antiguas o deterioradas a sus clientes. Luego negocié con las monjitas que me dejaran libre dos días a la semana para visitar a los fotógrafos, recoger trabajos y entregar los ya realizados. Y sin darme a penas cuenta se me pasaron los 13 meses de objeción de conciencia casi volando y ganando el suficiente dinero como para volver a estabilizarme económicamente. Sacaba una media de 3 encargos diarios.

Lo que pasó después fue un “no parar” de peripecias que contaré en otros posts ya que fue un camino muy largo en el que aprendí las bases de lo que hoy es parte de mi empresa actual. Pero lo que principalmente saqué en claro es que el trabajo de tus sueños lo tienes que fabricar tu mismo, ya sea trabajando por tu cuenta o para otro. Nadie va a venir a buscarte para ofrecerte una forma de ganar dinero si antes no preparas el terreno.

Persigue tus sueños, trabaja en lo que te gusta realmente y así no tendrás que trabajar nunca.

Y tú ¿fabricas tus sueños?

20 comentarios en “Los trabajos soñados se crean, no se encuentran.”

  1. Si, creo que el sueldo era de 1.000 pesetas y es verdad, es por eso por lo que no podía cobrar el paro. Vamos, que más que un sueldo era un insulto y encima obligado por “papá estado”, menos mal que yo me buscaba la vida 🙂
    Y si, recordando esto me da la sensación de ser un abuelaco que no veas.

  2. Me has hecho reír con lo de los 13 meses pintando y cuidando peques en un colegio de monjas. Casi que te podía ver!
    Bienvenido al club de tu propio modelo de negocio 😉

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