He sentido miedo, pero no el motivador que te impulsa a superarlo, si no un miedo aterrador, paralizante, agobiante. Nunca he sentido algo así y necesito racionalizarlo para superarlo.
Alguna vez he hablado del miedo en el contexto del emprendimiento, pero en esta ocasión lo he sentido en el deporte, y tanto lo que he experimentado, como las medidas que he tomado después, creo que son aplicables a las áreas de la empresa y por eso lo cuento en el blog.
Y quiero relatarlo en 3 fases tal y como ocurrió el hecho. 3 fases en las que primero sentí motivación por ilusión, luego llegó el miedo aterrador y por último, nuevamente, una motivación consecuente con la realidad y un plan de acción para el cambio.
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Fase pre-miedo: La motivación por ilusión.
Llevo ya 6 meses entrenando a tope para mi nuevo reto de volver a competir en boxeo a los 40 años, 18 después de haberme retirado en mi primera etapa como deportista de competición. En estos 6 meses he notado muchos avances que no pensé que conseguiría tan pronto, incluso haber realizado una carrera popular de 10Km y haber superado mi record de tiempo llegando en 1,08 horas.
6 meses de preparación intensa, tanto en técnica de boxeo como físicamente, a nivel de alimentación y mentalmente en cuanto a motivación. 6 meses en los que, además en el terreno profesional, el deporte me está ayudando a conseguir mis objetivos de empresa porque estoy aplicando al trabajo todo lo que aprendo en el deporte.
En este tiempo también he hecho “guantes” (combate de entrenamiento) con algunos compañeros del gimnasio, muchos de ellos están actualmente en activo compitiendo en amateur, y he de confesar que cada vez que llega el momento de hacer guantes la adrenalina me sube a niveles muy altos, y eso me hace sentir genial. La misma sensación que cuando en Kuombo estamos preparando una operación importante con algún cliente, o estamos lanzando un nuevo servicio o gestionando una aparición en los medios.
Pero el otro día, una tarde cualquiera, una tarde más de tantas en esos 6 meses, algo cambió. Me preparaba para una sesión de guantes como otra de tantas, con un compañero al que le saco 18 años y que tanto físicamente como a nivel técnico está muy preparado y en forma. Esa situación era algo normal en todo este tiempo, dado que el perfil de deportistas con los que entreno sigue ese patrón, pero lo cierto es que esa tarde yo no me encontraba igual que siempre.
En mi caso había estado varias semanas lesionado por un golpe en el costado derecho, además había bajado mi nivel de entrenamiento en las carreras y sabía que el fondo me iba a jugar una mala pasada. Por otro lado, en mi entorno no paro de escuchar a mucha gente sus comentarios (muchos de ellos en plan cariñoso y sin mala fe) de que abandone ese objetivo de volver a competir porque piensan que es una locura.
A pesar dé todo ello yo siempre saco mis dosis de motivación de cualquier sitio y me dispuse a realizar una sesión más de combate como otras muchas tardes. Me “calcé” mis guantes, mi casco y demás protecciones, y sin más dilación subí al ring de un alto con la esperanza de darlo todo y seguir avanzando en mi preparación.
Fase miedo: Con el pánico llega el bloqueo.
Me coloco en la esquina roja (siempre me pongo en la misma por manías y supersticiones) y desde ella visualizo a mi adversario que se sitúa en la contraria (la azul). Desde ella se dirige a mi y me pregunta “¿el cronómetro está en tiempo de entreno o de descanso?”. Tenemos un reloj específico para boxeo colgado en la pared y que no para de girar entre 3 minutos de entreno y 1 de descanso indefinidamente y que toca un timbre cada vez que cambia de fase, esos son los ritmos del entrenamiento diario, hagamos el ejercicio que hagamos. En ese momento no había estado atento a esa situación y tuve que dar un vistazo rápido a todo el gimnasio desde lo alto del ring para observar que todos estaban descansando y que el cronometro marcaba 0:40 minutos, por lo que le respondí “estamos en descanso y quedan 20 segundos para que empiece nuestro primer asalto”.
En esos 20 segundos, y nada más terminar de responder la pregunta a mi compañero, sentí como se paraba el tiempo mientras me empezaban a pasar por la mente un montón de imágenes de lo que sería el combate, imágenes que tuvieron que ir a la velocidad de la luz para que llegasen tantas a la vez. Y no eran precisamente imágenes positivas para mi estado de motivación. Podría asegurar que yo mismo empecé a fabricar la situación que vino nada más sonar el “gong” del cronómetro.
“Gonggggg!!!“, primer asalto!!! Me anticipo a posicionarme en el centro del cuadrilátero, como hago habitualmente, y recibo a mi contrario para ir marcándole la distancia con mi “jab” de izquierda (golpes rectos y rápidos que se lanzan para medir la distancia con el contrario). Mi objetivo esa tarde era hace 3 ó 4 asaltos y darlo todo para ponerme al límite. Pero lo primero que me vino a la cabeza era mi lesión del costado. No quería que me llegase un golpe al punto crítico de la lesión y se me estropease aún más. Sabía que si eso ocurría estaría otra 2 semanas fastidiado y no me podía permitir tanto tiempo. Así que desde el principio estuve más preocupado por la lesión que por la distancia de mi adversario, el cual ya había tomado su posición y había comenzado a responder a mis “jabs” con sus manos apuntando golpes a mi cara.
Nada más empezar el asalto, veo venir una derecha veloz directa al mentón, pero, en lugar de sacar reflejos de donde fuese para esquivarla, me bloqueo y la encajo con cierto dolor. Es entonces cuando las imágenes que vienen a mi cabeza se aceleran y se mezclan con preguntas que me empiezo a hacer a mi mismo: “¿Por qué no lo he esquivado?, ¿por qué me ha dolido si estoy más que acostumbrado a recibir golpes de ese tipo?, ¿por qué estoy sintiendo este agarrotamiento que no me permite ni caminar?
Y el bloqueo comienza a ser una constante en todo el asalto. Conseguí lanzar alguna mano que realmente no sabía ni a dónde iba, pero la tónica general estaba siendo que me había convertido en un saco con el que mi oponente jugaba a su antojo ofreciendo golpes en diferentes combinaciones que impactaban en zonas descubiertas de mi anatomía y que iban, poco a poco, minando mi capacidad física y mental para poder continuar.
Entre que el interior de mi cabeza solo me hacía preguntas y no me dejaba concentrarme en lo que estaba haciendo, sumado a que solo escuchaba a mi entrenador y a otro compañero decirme “estás muy agarrotado, suéltate, suéltate” (como si yo no quisiera intentarlo), y que mi duro oponente de fatigas me estaba dando la del pulpo, la sensación de miedo motivador que siempre se suele tener en estos casos empezó a convertirse en pánico paralizante y no conseguí más que recibir una ensalada de hostias propia de un paquete principiante.
Termina el agonizante primer asalto y me dirijo a mi rincón para descansar el correspondiente minuto, tomar aire, e intentar pensar en lo que estaba pasando. Mi entrenador se dirige a mi y me pregunta “¿vas a continuar?” A lo que yo le respondo de manera automática como si estuviera en condiciones para ello “por supuesto, otro asalto más por lo menos a ver si me centro”.
Dicho y hecho, suena de nuevo la campana y repito mi carrera desde la esquina al centro del ring para recibir a la locomotora en la que se había convertido mi contrario. Pero la situación, lejos de haber mejorado con el descanso, había empeorado dramáticamente y ya empezaban a pasarme por mi cabeza imágenes que nunca antes había generado. Secuencias del estilo “ahora me da un golpe mal dado en la cabeza y me deja tonto”, o “me va a cazar en el costado y me va a hacer una lesión crónica”.
Con todo ello, el miedo paralizante se apodera de mi y me convierto en un bloque sin capacidad de pensar, ni de moverme, ni de actuar para una defensa lógica que me permita salir airoso de aquello. Es entonces cuando, por primera vez en mi vida, tiro la toalla, levanto la mano y digo “no puedo más, lo dejamos”, ante las asombradas miradas de mi contrario y de mi entrenador.
He de reconocer que esta sensación la he sentido alguna vez en la empresa. Siempre motivada por periodos duros en los que las cosas no estaban saliendo bien por algún motivo, y que provocaba que muchas noches me despertase con sudores fríos y pesadillas en las que que todo se acababa y una ruina mortífera llegaba a mi haciéndome perderlo todo.
Fase post-miedo: Hay que replantearse todo de forma realista y empezar de cero.
Angustiado y con una mezcla de rabia, decepción de mi mismo y hundimiento emocional, me quité las protecciones y me bajé del ring sin parar de pensar en el bochornoso espectáculo que había dado. Una cosa es estar bajo de forma, porque llevo poco tiempo entrenando y aún me queda mucho camino por delante, y otra cosa muy diferente es lo que ocurrió esa tarde en el ring.
Jose, mi entrenador, me esperaba abajo para preguntarme qué es lo que había pasado. Sin racionalizar aquello, con un temblor en las manos propio de alguien que ha vivido una situación de pánico, y con el corazón todavía a un nivel de pulsaciones fuera de lo habitual, le dije con mirada perdida “no tengo ni idea, nunca he sentido algo así en un entrenamiento”, a lo que él me respondió “has tenido miedo, miedo escénico, miedo paralizante”.
Vale, el primer paso es asumirlo y posteriormente hay que tomar decisiones. Jose me planteó algunos escenarios, y entre ellos dejó caer como posibilidad que una buena idea sería abandonar mi objetivo, pero yo le dije que no quería abandonarlo, que debía luchar contra aquella situación y buscar remedio para para que no volviese a producirse.
Hablando con él me acordaba de las veces que había vivido algo parecido en la empresa y de cómo aprendí a superarlo haciendo un “mapa de realidades” (para que las imágenes terroríficas e infundadas no volviesen a surgir, o por lo menos no me paralizasen), y diseñando un plan de trabajo que reforzase mis puntos débiles y potenciase los fuertes. Una especie de análisis DAFO personal de la situación y un plan de acción que marcase un camino realista que me ayudase a conseguir mi objetivo.
Visto que soy muy cabezón y que no pienso darme por vencido tan pronto, Jose me planteó un cambio en las rutinas de entrenamiento en el gimnasio orientadas a que me habituase nuevamente a tener un contrincante delante, sin la presión que da la acción de subirse al ring, de manera que poco a poco volviese a recuperar la confianza en mi mismo, al tiempo de volver a ponerme en forma y a recuperarme de mi lesión física y emocional.
Ese día finalicé mi entrenamiento, me dirigí a la ducha y empecé a pensar fríamente sobre lo ocurrido para ir haciendo mi DAFO personal y deportivo y enfocar de nuevo mi objetivo de volver a competir.
En estos casos, en términos de empresa, lo que siempre me ha funcionado es resetearlo todo, reenfocarlo, eliminar lo malo y potenciar lo bueno. Sentir que se hacen acciones que provocarán cambios que a su vez modifican el curso de los acontecimientos y me ayudan a encontrar otros caminos para llegar al objetivo marcado.
No es cuestión de cambiar el objetivo o de abandonarlo, a veces simplemente no hemos tomado el camino apropiado y el elegido es un laberinto sin salida o simplemente tiene demasiadas piedras y obstáculos.
Por tanto, lo primero que he tenido que cambiar es la forma de prepararme físicamente. Ya no vale el entrenamiento que hacía cuando tenía 20 años porque ni mi físico, ni la calidad de mis fibras musculares, ni mi forma de pensar son iguales que entonces. Probablemente tampoco sirva la manera en la que me he estado preparando en las carreras para conseguir mejorar el fondo y es más que probable que tampoco sea conveniente la alimentación que he estado llevando por mi cuenta hasta este momento.
Así pues, la siguiente acción además de cambiar mis rutinas de entrenamiento en el gimnasio de boxeo según las pautas de mi entrenador, ha sido buscar ayuda de un especialista en preparación física y nutrición para ponerle en situación y llevar a cabo un cambio estratégico en este sentido. Del mismo modo que en la empresa siempre he contado con apoyos externos en términos financieros, de negocio o de operaciones que nos han permitido formarnos, ver las realidades de otro modo, y mejorar la forma de gestionar y de trabajar.
Ya está el cambio en marcha, voy a probar una nueva disciplina que se llama TRX y de la que no había oído hablar en mi vida, pero que después de probarla me da mucha confianza por lo innovador del sistema y por lo estudiado que parece a nivel técnico para preparación física. Además, voy a comenzar con unas nueva rutinas de carrera enfocadas a series con objetivos concretos para mejorar el fondo sin llegar a la fatiga. Y por último voy a reajustar mi dieta con la ayuda de un especialista que no va a dejar en manos de mi intuición la forma en la que he de administrar gasolina a la máquina que tiene que realizar todos estos esfuerzos extra.
Tenemos que aprovechar los avances tecnológicos y de conocimiento, ya no solo en cuando al deporte si no también en la gestión empresarial, que nos ayudarán a conseguir nuestros objetivos de manera más cómoda, más rentable y más saludable.
Trabajar desde la innovación y no anclarse al pasado con el “siempre lo he hecho así”, es el primer paso para luchar contra el pánico que nosotros mismos generamos cuando vemos que nos cuesta llegar a nuestros objetivos.
En muchas ocasiones, y por mucho que nos digan desde fuera, el problema no está en los objetivos que nos marcamos si no en los caminos que elegimos para intentar llegar a dichos objetivos.
Marca tus objetivos, rodéate de los apoyos necesarios, diseña tu camino, y si ves que no te lleva a nada, párate, revisa el camino marcado, vuelve a rodearte de apoyos que sepan más que tú, aprende, rediseña tu cambio y sigue corriendo hacia tus objetivos.
Con constancia, coraje, inteligencia, reflexión, compañía y mucha dosis de esfuerzo, llegar a los objetivos será una situación más realista y optimista que tirar la toalla y darse por vencido.
¿Has sentido un miedo tan atroz que te has paralizado? ¿Cómo lo has superado?
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- El esfuerzo extremo provoca adicción
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- Llegó la hora de hacer realidad el reto #ReiniciandoBoxeo
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El analisis DAFO ha sido un gran descubrimiento para mi :). Gracias Javier, voy a ponerlo en practica porque creo que lo necesito…
Esta es la primera vez que escribo en un tablón de opiniones en internet, el motivo es sencillo , la historia me a parecido fascinante , como sacada de una pelicula de hollywood . Yo también practico boxeo, llevo siete años disfrutando de este noble arte , al poco tiempo de empezar , mi entrenador se fijo en mi de manera especial ,decia que tenia gran tecnica , buen estilo y un buen alzance por lo que siempre me incito a competir . Al principio me ilusionó pero no fui capaz de dar el paso al mundo de las competiciones siempre me falto esa chispa , ese rayo de decisión y en gran medida se debia a pensamientos negativos y fatalistas como los que tu afirmaste sufrir , pensamientos sobre posibles lesiones fiscas o neurologicas cronicas , quizas eso me hace sentirme indentificado con el relato, aunque perdi mi miedo a hacer sparring y mi tecnica y experiencia van en aumento aun sigue presente en mi el fantasma de no saber si deberia dar el salto a la competición o deberia olvidarme por completo de esa idea por pensar que la competición no esta hech para mi. Aun asi tu historia de superación me parece magnifica y un buen ejemplo , al igual que algunos terminos de herramientas para la autoayuda como el mapa de realidades, gracias por dar ejemplo.